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domingo, 24 de agosto de 2014

"Gracias por construir el camino".


En todos los sectores hay personas en la trastienda que, en mayor o menor medida, permiten que todo siga adelante. Sectores laborales o cosas cotidianas de la vida misma, es decir, en todo. Nada es capaz de huir de ésta obviedad que abraza a todo cuanto se presta.

En un supermercado nos quedamos con la imagen de la persona que nos atiende en la caja, la cual quizá sea la misma persona que vimos la semana anterior, y la otra. Muy posiblemente nunca lleguemos a conocer al que ordena con paciencia todas las latas de conserva por orden, por fecha de caducidad, por precio, por marca, cuando aún el supermercado tiene sus puertas cerradas. Muy posiblemente, tampoco tengamos el placer de saber la opinión de éste acerca de su labor, de su trabajo, de su esfuerzo. Así como tampoco la del mecánico del taxi que anoche nos trajo a casa, ni la de la limpiadora del hotel que con gusto ensuciamos. Para que el conjunto funcione como un perfecto engranaje necesita de esos órganos, todo está lleno de pequeñas acciones que, juntas, dan sentido.
Como no podía ser de otro modo, en el caso del leer también pasa.


Es algo común ver cómo redes sociales se encuentran abarrotadas de frases célebres (y no tan célebres) de escritores, literatos, músicos, cantantes, futbolistas, artistas, poetas, y, dicho sea de paso, filósofos. En la época que vivimos, en la que preferimos pagar más por un café y que éste se nos enfríe mientras le hacemos una fotografía para que todos vean lo felices que somos de tomarlo, prima eso: marcar lo que es nuestro con frases, con información, sobre personajes ilustres (y, en ocasiones, no tan ilustres).
Claro que, en lo que nadie remedia en pensar, es en que muchas (la gran mayoría) de éstas personas piensan y hablan en otro idioma que no es el nuestro, así pues, se tornaría bastante difícil nuestra comunicación directa con ellos: se tornaría, probablemente, imposible nuestro entendimiento de los mismos, si no fuera porque hay personas en la trastienda. Si no fuera porque hay unos héroes contemporáneos que actúan ocultando, sin pretenderlo, su identidad, y permiten que todo funcione, y que un mayor público pueda llegar a ello e influenciarse de esos pensares que, por suerte o desgracia, no hablan nuestra lengua materna, ni escriben en ella. ¿Quiénes son éstos? Los traductores.

A mí personalmente me gusta mucho leer. He leído a Diderot recientemente, su obra "Carta sobre los ciegos", he leído a Kandinsky en su "De lo espiritual en el arte", he leído también a Walter Isaacson, la biografía que escribió acerca de Steve Jobs.
Pero, recapacitando sobre lo dicho, realmente no he leído a ninguno de ellos. A ninguno directamente, quiero decir: si los he podido entender, si he podido comprobar lo que éstos querían decir y contrastarlo con mi pensar, ha sido porque ya otros, como son, respectivamente, Julia Escobar, Elisabeth Palma y David González, me lo pusieron en bandeja traduciendo las palabras de cada uno, pensando como ellos, informándose sobre la vida de los mismos y sobre las cualesquiera inquietudes de la época, siendo ésta no una tarea precisamente fácil, y, todo sea dicho, no remunerada como debiera a veces.

50 Sombras de Grey es un éxito, un best seller, y casi ha marcado una época para muchas personas, que de no leer absolutamente nada pasaron a leerse una triología extensa. De todas las personas que conozco, dudo mucho que haya quien se lo lea en inglés. Dudo que hablen inglés. Y si lo leen en la lengua originaria es porque quieren: ya ha trabajado bastante alguien para que no tengamos que hacerlo por necesidad.
Todas éstas, todos aquellos que vibraron leyéndolo y lo recomiendan con énfasis, que sepan que sin el arduo trabajo de Pilar de la Peña y Helena Trías, esas sensaciones que experimentaron al leerlo en español no habrían tenido lugar nunca.
El gran Bukowski seguro que con más de una traducción de sus versos quedaría horrorizado, pero, ¿a qué llamaba éste "versos"? Muchas de sus metáforas pueden malinterpretarse, malentenderse, caer en un vacío en el que no sabemos si quiere que entendamos una cosa u otra, si lo que quiere es expresarse mal o es que no encontró otra manera de hacerlo. Un traductor ha de ahondar el tema, sacar, de entre un mosaico de posibilidades un contraste con el que comparar y ver hasta dónde puede llegar el escritor en su desdicha. Sin conocer al mismo, tiene que pensar como él, tiene que ser su sombra: pues, después de todo, es eso lo que se valora, es eso por lo que el traductor de Google no puede traducir más que palabras sueltas. Umberto Cobo, quien tradujo "Antología de Charles Bukowski" tiene que saber bien de qué hablo.


Por suerte cada vez está mejor reconocida ésta labor. Una labor que incluye investigación, una constante actualización de conocimientos y una mente abierta para interpretar de manera acertada. Por poner un ejemplo, aun siendo ambos filósofos y griegos, Aristóteles y Platón no pensaban igual, luego, hay que remediar eso al traducirlos. Una labor que he observado de cerca, y de la que, veces puntuales, he sido partícipe.
Me alegra saber que algunas editoriales incluyen los nombres de los traductores en la portada de las obras, como, de hecho, debería de ser siempre: no estoy leyendo a J. D. Salinger, sino que estoy leyendo la traducción que hizo del mismo Carmen Criado, la cual permanece paciente escondida entre las primeras páginas. Es una buena iniciativa ésta. Es un aplaudir algo que lo merece, es un agradecimiento a esa persona que, como cualquier héroe del cómic, actúa con el rostro cubierto. Y, como Spiderman, después de haber hecho su quehacer pertinente, permanece oculto a la espera de que los demás vean aquello, sin saber bien a quién agradecérselo: de la misma forma que muchos se preguntaban por la identidad del hombre araña, me surge con frecuencia la pregunta acerca de la identidad del traductor en cuestión cuando leo a cualquier autor extranjero en mi lengua madre y el nombre del mismo no aparece visible en la portada.



No es ésta la única cosa injusta que ocurre en ésta vida. Las injusticias seguirán sucediéndose mientras el mundo sea mundo y mientras lo poblemos quienes lo poblamos. Claro que, no está mal detenerse de vez en cuando, para, en consecuencia, aplaudir y apreciar eso que hasta entonces te parecía desconocido pero con lo que, de no ser así, muchas de las cosas que hoy dices y haces no tendrían sentido.

Gracias, traductores e intérpretes. Sin el camino que estáis construyendo día a día, muy pocas podrían realizarse. Muy pocas personas podrían llegar a lo que son.