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sábado, 28 de junio de 2014

"Un segundo y además memorable paseo".


Por más que lo pretenda William Blake el tiempo no se detiene en un preciso instante. Nietzsche consigue hacernos ver que es todo un ciclo, pero de hecho, un ciclo que como la propia palabra indica de manera implícita, no cesa. Heráclito lo apreciaba, yo mismo también, y tantos otros que me leen -o que no- y que ni tan siquiera sepan de quiénes hablo al referirme a ésto. A ésto o lo otro. A éstos unos o a éstos otros. Lo que digo hoy no lo dije ayer, y lo que diré mañana quizás resulte extraño, radical y falto de razones al yo de ahora, al que aquí sentado escribe, el que aún reflexiona acerca de lo ocurrido durante éste curso.



Un curso, valga la estúpida observación, diferente al anterior completamente: con nuevo piso, nuevos amigos, nueva gente por la residencia, nuevas asignaturas, nuevas experiencias, y en donde hasta yo venía renovado en cierta parte. Curso que yo prácticamente empezaba con esa cara que veis en la primera foto.
Y digo que es estúpida mi observación porque es lógico: al no haber dos cosas iguales, no hay pues dos cursos iguales. En caso de haberlos, comenzaría a sospechar si en realidad pudiera darse la opción de que estoy soñando dormido, y no soñando despierto, como lo estoy haciendo ahora, en éste preciso momento. Si se sucedieran los años de manera exacta estaríamos cerca de la locura, y muy posiblemente, ahogados en una inconsciencia.

Cuando todo va bien, cuando no hay problemas, ni exámenes, ni malos entendidos, y los que hay se solventan con una sonrisa, todos somos amigos. Los nuevos se adaptaron de manera maravillosa. Conocimos a muchos novatos, y todos ellos acudían a nuestro patio a pasar el rato: a charlar, a exponer sus cosas, o simplemente a sentir que hay más gente con la que hablar además de con los tuyos por teléfono. Todos podemos contar con todos, y podemos arreglarlo con tumbarnos en el sofá a hablar sobre cualquier cosa cuando todo va bien y no hay más preocupaciones. Todo se disipa y se solventa sin más. Claro que, es esa una falsa apreciación de la realidad, una realidad sencilla, una sombra de sombra de la cual es mucho más cruda, enrevesada y difícil cuando se complica. ¿Quién estuvo ahí cuando necesité apoyo con lógica? ¿Quién me dio ánimos cuando no tenía ya apenas fuerzas para seguir estudiando? ¿Quién bajó el volumen o me preguntó por qué seguía encerrado en el cuarto un viernes? ¿Quién me aconsejó durante esos fríos días en los que llegaba de clase y no tenía apenas ganas de hablar? ¿Quién respetó mis decisiones y me aconsejó? Tuve suerte, tuve mucha suerte, pues conté con ese apoyo y lo agradezco. Y se lo agradezco a todos los que salen en las fotos, y a quienes no, también. A todos a los que yo en algún momento signifiqué algo para ellos, y actuaron en consecuencia. Aunque con el tiempo algunos de esos apoyos desaparecieran. Aunque algunas cosas cambiaran.


Me distendí con frecuencia en conversaciones que puntualizaba con frases del tipo "cuando os canséis me lo decís, que no quiero ponerme pesado", y hasta me hacían sentirme cómodo, como si tuviesen todos ganas de oírme. Si era o no verdad no me interesa, pues es lo de menos: a veces a mí tampoco me interesan cosas y hago como si así fuera, pues en el tema de la amistad, en ocasiones el estar ahí para el otro es imprescindible. Para ese otro que es tu amigo y te necesita. Y el caso es que estuvieron, como también lo estuve yo cierta vez que Ángel necesitó mi ayuda una mañana, una mañana épica: la de un cierto jueves.





Como cuando fui con mi por aquel entonces recién amigo César a Sevilla. De lo cual no me arrepiento en absoluto, pues el haber ido, aunque parezca una estupidez, nos unió y bastante. No fue poco lo que hablamos en el viaje. Compartimos ideas, debatimos mucho, nos fuimos conociendo y llegué a la conclusión de que iba a tener una cierta historia con ese chaval. Ese chaval que ahora vive en el que el año pasado fue mi piso es un gran chaval, y un gran amigo mío. Fue un gran aporte por parte de Ian.



Las veces en que María (Vasi) me ha aconsejado sobre tal o cual asunto han sido tantas que apenas podría enumerarlas. Gabri siempre ha tenido el apunte oportuno en el momento exacto, y lo cierto es que no siempre estaban los dos, ella y él, de acuerdo en lo que decían. No ha sido precisamente poco lo que he aprendido con ésta pareja a la que he visto de mil y una maneras: peleándose, discutiendo, abrazándose, cansados o con ganas de fiesta. Os tengo mucho aprecio, lo sabéis. A María en concreto he de agradecerle que me hiciera de comer varias veces, que mostrara atención por mi blog (siempre fiel) y, en definitiva, que se haya portado así de bien conmigo. Me has demostrado que eres una gran persona, y mi amiga.



Cuando Enrique nos planteó acabar su carrera prematuramente, para cambiar de objetivo, de metas, dejando todo lo conseguido hasta el momento, yo sólo pude desearle lo mejor, al igual que a Ian, quién ya se había ido desde el principio, y seguir dándole el sermón con que estudiara. Al final no te partí la cara por no aprobar, no creas que lo he olvidado. De hecho, no habría sido capaz de hacerlo.
De Ian no puedo decir nada sin evitar sonreír. Recuerdo con nostalgia aquellas conversaciones en torno a Mr. Wonderfull y lo que nos irritaba a ambos. Recuerdo también aquella bronca que le echó el conserje y el susto que nos dimos por ello. Recuerdo, y con muchas ganas, aquellas peripecias que hacíamos entre todos para no tener que pagar por jugar al futbolín. ¿Es que ya nadie recuerda eso?
Que hablemos poco no quiere decir que te olvide, amigo. Te tengo muy presente.

A éstos dos payasos les tengo mucho aprecio, y aunque no los tenga tan cerca como a Ismael y a Gabri, los tengo muy en cuenta. Siempre conmigo.




Recuerdo que María Ferrer y César en la fiesta de la primavera, allá por Abril, estuvieron hablando conmigo y me acabaron convenciendo de que, en cada momento, tenía que actuar según mis ganas, según lo que me apeteciera, y no según lo que en ese instante me pareciera correcto o no. Me alegro de aquello también. Como de las noches en el Alquimia con ellos dos, que marcaron un antes y un después.
Muchas de las cosas que en algún momento hice me han llevado a estar donde estoy, y eso, lo tengo en cuenta también.




El caso es que sentí ese calor cuando hacía frío. El caso es que me reí muchas noches y me lo pasé bastante bien, ya fuera celebrando un cumpleaños de otro, mi propio cumpleaños, o nada en especial, allí sentado en mi sofá con María y Gabri, o en el del piso contiguo hablando con Josega e Ismael. O con María en mi cuarto haciéndome una entrevista, una charla masisa en el Cuartel General que tantas veces sirvió como punto de encuentro. O en el 85, en donde disfruté mucho. O en el 82 con María Ferrer y Neiva, y a veces contando con la visita de algunos más.



A Ismael y a Gabri los he tenido más cerca que al resto, por ello los dejo para el final. Los platos a rebosando en el fregadero era un clásico en nuestro anterior piso, el 12, y como no podía ser de otro modo, así ha sido en el 29. Sinceramente, parte de mi bienestar este año ha sido condicionado por éstos dos personajes, de los cuales me siento muy orgulloso y me alegro mucho de que sean mis amigos. Me han apoyado, me han ayudado, y me han quitado la razón a veces, cosa que hay que agradecer por cierto, pues así funcionan las verdaderas amistades. Me he molestado con ellos, y ellos conmigo.Nos lo hemos pasado bien, y también hemos vivido momentos agrios en el piso, allí, entre cuatro paredes.
Hemos hecho tantas cosas que difícilmente llevo la cuenta. Con lo que me quedo, si tuviera que ser con una sola cosa: con las risas, con esas risas entre nosotros tres, con esos domingos que se repetían, como el año pasado. Como cuando Gabri ya vivía con nosotros aun sin compartir los gastos de luz y agua: de cuando dormía en el sofá y no en la habitación individual.



A Jessi la conocí tarde en comparación con el resto, pero reconozco que también me ha ayudado bastante. Ayudar no siempre consiste en tener una respuesta oportuna para algo que se torna impreciso: ayudar es, a veces, saber qué decir, saber tener una sonrisa cuando en mi rostro no la había, o simplemente, reír sobre un macuto que estaba más tiempo en el suelo del salón que en la espalda del dueño. Son solo algunas tonterías las que recuerdo haber comentado contigo, pero es mucho lo que saco en claro. Este último mes has sido prácticamente como de mi familia, y he hablado más contigo que con muchos de mis amigos. Me has aportado mucho tú también, y te echo mucho de menos. Espero que el curso próximo vengas a visitarnos mucho a Eva y a mí, pues, al menos nosotros, no te vamos a olvidar.



He salido de fiesta tanto o más que el año pasado, he gastado mucho dinero y muchas ganas en eso, hasta hartarme de hecho. Así como también he gastado esfuerzos en estudiar y obtener de nuevo mi beca. Ha sido un curso que, como el anterior, deja huella. 
Sin embargo, aun pasándomelo bien y disfrutando, no fue hasta llegado un preciso momento cuando comencé a sentirme realmente cómodo: realmente yo. Y, aun reconociendo que el anterior marcó un antes y un después en mí, éste lo hace de manera aún más fuerte.



Recibimos la visita de algunos amigos, me robaron la bici, recogimos un sofá de la calle que nos ha hecho compañía durante todo el curso. Tuvimos algunos pleitos con el conserje, con la administración de la residencia, a Ismael se le perdió la cartera y fue a buscarla a no sé dónde.
Lo de comer en cafetería hasta agotar los bonos lo hacemos cada mes, y, con ello, siempre la misma historia: siempre acabamos discutiendo con Tamara o Chiqui sobre si nos puede cambiar el postre.
¿Alguien se acuerda de aquella vez en la que mi colega Fernando invitó a una ronda de chupitos en Alquimia? ¿Y las noches en las que venía Jose para salir con nosotros? ¿Y lo que nos reíamos con Jose Gabriel? Estas fotos encierran mucho más que eso.

Esta foto en la barra de nuestro mítico bar, de algo que encierra una religión que comparto con mis hermanos Enrique y César, nos la hizo el que trabaja allí.



No han sido pocas las veces en las que hemos ido a jugar al futbolín a Plutarco. Cada vez que veo la foto de la cerveza y del corte de manga se me vienen a la cabeza las cajas de cerveza que hay en mi patio, y el cómo acabamos optando por llevarlas desde allí hasta la residencia sigue siendo un misterio. Será cosa de la cerveza, o de las ganas de reírnos.



Nos tuvimos que ayudar los unos a los otros, y hasta guardarnos las espaldas en ocasiones, cosa que seguimos haciendo pase lo que pase. ¿Qué no hemos hecho en realidad? Esa sería una mejor forma de plantear el asunto, pues esas son sólo algunas anécdotas de éste curso. Son sólo algunos apuntes que a bote-pronto extraigo, para dejar constancia de que las fotos de Álvaro en Atlantis, Gold y demás, bailando con la copa apoyada entre el hombro y la oreja hacen referencia a algo más que a un grupo de estudiantes desastrosos y sus colegas.


De manera progresiva fui abandonando ciertos hábitos para adquirir otros en consecuencia. Cada vez, me vi más en las palabras de Tote King: "(...) estoy solo pero lleno, como el cenicero del estudio". Me comprendía en mi incomprensión, y leer me aportó lo que no me aportó salir. J.D. Salinger, Kafka, Michael Ende, Freud, Hume, Descartes, el propio Platón, Aristóteles, etc. Libros sobre estética apilados en mi mesa, de mi profesor Luis y otros como el de Franzini o Jauss, también Diderot, y hasta poesía: Salinas, por ejemplo. Mucha lectura, muchos papeles con anotaciones mías escritas, quizá para ocupar aquellos vacíos que asignaturas de relleno y ciertas desventuras con profesores y demás personas estaban produciéndome en el primer semestre; y mucha música, de la mano de Coldplay, Dire Straits, la banda sonora de Forrest Gump, de Spiderman, Hans Zimmer, Bob Dylan, Gary Moore, el nuevo disco de Eminem, entre tantos.
Conversaba con quienes se prestaban, pero con frecuencia las conversaciones no llegaban a buen puerto: acababa cansando al personal, o acababan por mostrarme su disgusto. Mucha lectura que, casi por casualidad, me hicieron conocer un buen día a quien hoy me complementa en gran medida. Mucha música que, finalmente, logré compartir con quien tenía para mí guardadas ganas y buenos deseos.

 Y quizá sea por ello por lo que más me ha marcado: porque extraigo de él mucho más que fotos y recuerdos. Tengo conmigo, además de mis siempre amigos, a algo que además de debatir conmigo sobre Diderot, de mostrar su insatisfacción con respecto a la definición platónica de una línea recta, de acabar por entender a un autor como es Hohfeld de tanto ayudarme a aprender el famoso cuadro del derecho, y de traerme como un loco detrás de conchas y de cangrejos por la playa de en frente de mi casa; me invitó en su momento, desde un principio, a la dichosa hamburguesa que yo no paraba de mencionar, sorprendiéndome, dejándome boquiabierto, pues pocas veces tienen a uno tanto en cuenta. Pocas veces la fortuna le sonríe a uno de ésta manera. Pocas veces uno tiene la opción de aferrarse al verde, de perderse en esos ojos.



No creo en casualidades, creo en una causalidad que se muestra oculta y que aparece ante nosotros con el paso del tiempo. Creo en la voluntad de las personas, y no creo en la incapacidad de ningún tipo. No creo que la vida se equipare a mera existencia. No creo tantas cosas que ya no sé ni qué creo. Creí de manera falsa, creí hasta más no poder, y precisamente, manifestando mi creencia, con un libro por delante, como es el de Mirar al que mira, y admirando la mentira que me abrazaba; me di con la realidad en los morros: me di con la esperanza, con el verde, con la verdad que estaba ahí, oyéndome, observándome, cada noche, y yo no era ni tan siquiera capaz de alcanzarla. Quizás fuera falta de valor, no de ganas, pero no era capaz de creer que era eso y no otra cosa lo que había que hacer. Si de algo me alegro es de eso: de ir una madrugada a ver las estrellas y traerme una conmigo. Y con ella, mi deseo.
Ya no me molesto en describir la felicidad en términos abstractos, ilusorios ni utópicos. Solo tengo que extender mi mano para que tomes mi dedo meñique.
Es mucho más divertido llevarlo a la práctica.



Es mucho más divertido disfrutar del curso, de las asignaturas que verdaderamente merecen atención, esfuerzos y constancia, (a pesar de los disgustos que me han traído algunas de éstas), en buena compañía. Así como de aquellas asignaturas que yo mismo me establezco, pues sin necesidad de estudiar Historia del Arte, lo hago; sin tener que estudiar libros de Literatura Universal, lo hago; y, me gusta hacerlo. Debatiendo y comentando lo aprendido, con quien ante todo guarda una actitud crítica que me hace avanzar, es como mejor se aprende. Como mejor aprendemos los dos.

¿Quién me iba a decir a mí esto? La verdad que así da gusto que sorprendan a uno.


Aunque en éstos últimos meses no haya salido de fiesta, y lo más que haya hecho haya sido estudiar con Eva en la sala de estudio, me he sentido pleno. Genial. Feliz. Es por lo que creo, muy consciente, que tengo mucho que agradecerte, cosa de la que me encargo siempre con gusto como sabes. He de agradecerte a ti, así como también a quienes me leen, a mis padres y a mi familia, los cuales me quieren, apoyan y pagan lo que consumo.



Somos lo que nos pasa, ya lo decía yo no hace demasiado. Somos lo que leemos, lo que escuchamos, los amigos que tenemos y los que no tenemos. Lo que algún día fuimos hoy da igual. Todo ésto es un viaje, a la deriva, y parece que nada nos detiene. ¿Qué más da eso? Lo que decidimos ser, tampoco viene al caso. Hoy soy el tema de Going Home de Dire Straits. Hoy me propongo ser yo mismo, o mejor dicho, seguir siéndolo. Seguir estudiando, viviendo de la forma en que lo hago, con mis hábitos, con mis costumbres, de ésta forma: estudiando y apreciando lo que muchas personas que me condicionan hacen por mí. Viendo el valor inherente en ellos. Sin tener en cuenta las opiniones que nada aportan. Aprendiendo a aprehender, que es como mejor se vive.
Hoy, en estos días, por fin, estoy de vuelta. Doy por finalizado éste segundo paseo, éste segundo viaje, en el que además de experimentar, sentir y pensar, también he aprendido. Estoy en casa.

Si algo he aprendido es que hay que tener siempre cuidado con las puertas, pues algunas chirrían, y lo que es peor: quedan entre-abiertas. Si algo he aprendido, de la misma forma, es a desprenderme de aquello que ya no es necesario.
Para terminar: si algo he aprendido es que, con independencia a si es un año más diferente o más semejante al anterior, los hay más decisivos, así como los hay también que pasan casi sin que nos demos cuenta. He de decir que éste ha sido uno de los decisivos. Uno de los que uno no olvida con facilidad, y de los que arrastra siempre un buen recuerdo. Uno de los que, como pasa con la estética, después de haberlo estado observando durante horas, uno se vuelve a detener para echar un último vistazo, incapaz de dejar de tenerlo en cuenta. Incapaz de ser sin eso: entendiendo que la suma de uno más uno es indudablemente uno, pero un uno más viejo y más consecuente que el primero. Un Uno con mayúsculas, que asimila lo aprendido por las dos partes.
Un segundo, y además, memorable paseo.






Gracias a todos los mencionados, y a los que no menciono pero salen en las fotos. Así como a los que no menciono pero han ocupado parte en mí. Así como a todos a los que durante éste año les he dirigido la mirada, y con ella, mi vida.
Gracias a todos.






lunes, 2 de junio de 2014

"Y mientras tanto, nuestro rey abdica".


Mientras vamos desarrollando nuestras plenas capacidades, o, en su defecto, pensando que podemos hacerlo, vamos entendiendo un poco mejor de qué va todo ésto. Conforme vamos viendo cómo algunas personas que prometieron venir para quedarse se van, comprendemos que la muerte no existe en contraposición a la vida, sino que forma parte de ella. Cuando perdemos el contacto con unos y otros, y recobramos algunas de las amistades que parecían estar sepultadas bajo una capa de cualesquiera razones, entendemos que hay realmente llamas que son eternas. Todo ésto, la suma de las partes que genera una causa última, además forma en su conjunto una parte esencial: solo está vivo aquello que alguna vez nació, y como tal, en algún momento ha de morir. De no ser así, no viviríamos, con todo lo que eso conlleva. Con todo lo bueno, con todo lo malo.

Y es curioso, pues el fin es para todos el mismo, por extraño que pueda parecer a simple vista. El fin biológico, la muerte; el fin como meta, el llegar a ser feliz. ¿No estás de acuerdo?
Todos soñamos con lo mismo, solo que, le damos una forma distinta, a mi parecer. Al mío y al de muchos más filósofos, y no tan filósofos. Gente de a pie también lo piensa. Gente que no distingue la filosofía de la simple retórica, el entender del comprender, o el aprender del aprehender.
Se torna sencillo: no hay que ser Aristóteles para abstraer dicha idea. De la misma forma en que no es preciso ser Julio Cortázar para saber que los relojes de mecanismo clásico se atrasan.
Cada cual la suya: cada uno entiende la felicidad de una manera, la experimenta de una forma, se experimenta en ella, y disfruta en ilusionar la misma: hay quien la encuentra ensimismándose (como los filósofos), y quien la encuentra regocijándose en su soledad y su nostalgia (más propio de los poetas). Se la puede ver, pero no con los ojos. En una mirada que carece de expresión, pues en la medida en que miramos, desaparece. Ansiamos echarle el guante a ésta liebre, pues, después de todo, sabemos que de ilusiones no se vive: con ilusiones soñamos, pero vivir, lo que es vivir, no se vive. Sea en forma de casa en la playa, con un gato, con una familia o sin ella, con un coche o con una bicicleta y un jardín. Con una chica, o con un chico. Con muchos niños, o con sólo uno. Con libros por todas partes o con televisores en donde ver vete tú a saber qué. Con mil y una cosas o sin ninguna de ellas: en un barril como Diógenes Laercio, o con un imperio inmenso y poderoso como el de Alejandro. Con altavoces con música clásica, con música de cualquier tipo, o con esa que provoca dolores de cabeza tormentosos. ¿Costa o paisaje de interior? Varían los medios, no los fines.

De hecho, ¿acaso no es cierto que vamos siendo y des-siendo en el transcurso? Dice Diderot en cuanto al genio: "el hombre que lo quiere definir lo siente mejor que lo conoce". Lo sentimos, pero no lo sabemos, por decirlo de alguna forma. Vamos avanzando, y en el avance, vamos dejando de ser lo que en algún momento fuimos. O volviendo a serlo. En nuestro fin está nuestro principio, pero esto se halla a la completa deriva. Siendo y des-siendo. Pero cuidado: solo progresa quien no está vinculado exclusivamente a lo que ayer era, preso para siempre en ese ser que ya es. Se progresa viviendo con cosas que adquirimos con suma delicadeza, y también, desechando muchas de las mismas, arrojándolas al cajón de la indiferencia. Otras se pierden en el olvido, (y digo perderse y no eliminarse, pues en algún momento son susceptibles a ser recuperadas) queramos o no.
Unas veces volvemos a rehacer el camino en busca de algo concreto, otras muchas acabamos por olvidar por entero las causas que nos llevaron hasta éste lugar, al modo de Cobb en Origen cuando termina por olvidar quién es él, en el limbo. Una sucesión de causas explicaría el porqué de que hoy hagas ésto y no lo otro, de que estés aquí y no en cualquier otra parte. Muchas de esas causas son condicionadas, y no son elecciones propias. Pues, realmente, ni el pasado es por entero tal cosa, ni el presente es completamente un ahora inamovible.

Siempre existe un pero, la condición cortapisa: la circunstancia que colorea o provoca la ausencia de color en la obra de arte. La que libera o encierra. La que desata o atrapa. La que actúa como presa y la que nos convierte a nosotros en su presa.
El pincel o la brocha con la que pintar con mayor o menor sutileza ese cuadro. Cuadro en el que algunos pintarán un bosque, y otros un mar. En el que algunos transmitirán tristeza, y otros alegría. Y el que, llegado el caso, unos venderán para pagar el alquiler y llegar a final de mes, y otros, después de adquirirlo, colgarán encima de su sofá para admirarlo de cerca.


Mientras tanto, mientras seguimos cuestionando qué hace el gobierno por nosotros y el por qué no está más de uno ya entre rejas; mientras seguimos desconociendo la situación de nuestra democracia, mientras seguimos sin tener claro cuánto nos resta Hacienda si ganamos el bote de Pasapalabra, la razón de ésto, y el lugar en donde se dedican dichos fondos. Mientras todo eso, nuestro rey abdica. Y nos preguntamos entonces, ¿para bien o para mal? ¿Será significativo el cambio o será insignificante?