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viernes, 7 de agosto de 2015

Caso perdido.


Me preguntaba mi padre ayer que qué estaba haciendo con todo aquello que estaba escribiendo en el último mes, y no supe responder. Así, en unas breves líneas, os voy a contar qué estoy merodeando últimamente.

Lo cierto es que he escrito bastante poco, y lo poco que he escrito lo he escrito en anotaciones al más puro estilo de Kierkegaard. He escrito menos en redes sociales, y os adelanto a los que me leéis por aquí que menos voy a escribir en ellas a partir de ahora. Soy más juglar que filólogo estos días: me repito en voz alta aquello que pienso para no olvidarlo, para guardarlo en mi memoria… y le doy forma. Anoto lo imprescindible (un autor, un verso) donde puedo, para que no huya volando hacia otro aeropuerto. Como quien anota “leche” al final de la lista de la compra, casi fuera del papel: lo mío, mi ingrediente anotado, también es imprescindible para mí. Y precisamente porque lo es no lo hago público, ¿o acaso el mago desvela sus trucos? No hay que precipitarse. Si se quiere, os muestro mi manga: nada por aquí, nada por allá.

Escribir no es sinónimo de pensar, de reflexionar; que nadie se decepcione aún. Desde que volví de Málaga no he parado de darle vueltas a varios temas en concreto. Nada de temas generales, nada de temas más propios del programa "Sálvame", nada de cuestionar por qué a cierto amigo mío le parece que estos son "apuntes de clase": procuro centrarme en lo que me ocupa en éste instante. “Especializarse es saber cada vez más de cada vez menos” decía un profesor mío, y si así fuera podríamos sostener que estoy especializándome. Temas como la hiperrealidad en tanto que categoría estética, lo siniestro, el extrañamiento, la estética en general, el arte; así como a la realidad que circunda todo ese mundo de la estética y el espectador han merodeado mis sobremesas, mis conversaciones con amigos y, por supuesto, mis noches de retiro en la habitación que frecuentamos mis libros y yo. Ellos y yo: Schopenhauer, Diderot, Kierkegaard, Ortega y Nietzsche. Salinger, Hume, Paul Auster y mi profesor Luis Puelles. 

Ellos me miran y yo los interpreto, y en esta faena utópica que supone el leer acabo por “construirme”, siendo esa la meta de todo esto, además de mi hipótesis de trabajo. La meta no son los "likes" en Facebook, ni ver quién es mejor (¿acaso algo mide tal cosa? Tan ambigüo como incoherente e inútil). Ni siquiera apostar por ver quién acaba la carrera antes y con mejor nota. La carrera es un camino, y el camino queda atrás, el camino termina. La nota se deshace en el tiempo, lo mismo que la nota de selectividad: una vez entras en la carrera que deseas, la nota "desaparece". Ya no sirve. Trabajarás, pero en tu currículum no figurará ese detalle. Y es difícil aceptarlo: es difícil hacerse consciente de que todo pasa, de que todo se des-hace, y de que muy poco es aquello que permanece. Sin ir más lejos, eres tú quien permanece. Tú eres la garantía de esa nota en selectividad, el número, la cifra, es lo de menos. Eres tú quien, como dijo otro de mis profesores, has de procurar formarte:"lo que hagas por la carrera es lo que te vas a llevar de ella".

En la medida en que la persona lleva a cabo su hacer, se hace. Construye una figura en mármol y se construye a sí mismo como escultor. Escupe al arte diciendo que es una patraña y se convierte en un crítico nefasto, o adquiere la fama de la manera más burda posible. Interpretar al Joker de Batman y acabar por no soportar la presión del papel hasta la sobredosis que arrebata la vida y le entrega la fama. Todos estos ejemplos, de igual modo, pueden ser contemplados estéticamente. No desvelaré nada más: el conejo permanece en la chistera.

Si añadiré, sin embargo, que mi diagnóstico es similar al que Ortega y Gasset le atribuye a la Estética: una vez termino y cierro penosamente el baúl, apenas lo he cerrado y olvido por completo el porqué de que lo abriera. Solo que, en este ejemplo, lo que se me ha olvidado a mí no es el espectador (a ello se refería Ortega). Y os confieso algo: ojalá por mucho tiempo siga sin desvelar el misterio que me lleva, una y otra vez, a abrir y cerrar el baúl, y con él, el caso. Abro y cierro el caso. Caso perdido.