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lunes, 9 de marzo de 2015

"El que duda y reflexiona".



No es fácil.
Llevo con esas tres palabras delante de mí casi media hora, y no sé seguir. Llevan media hora tecleadas, pero en mi cabeza, bastante más que horas. Ciertamente, a esto que estoy pensando le pasa como a la metafísica de cierto profesor mío: por más que me esfuerzo en convencerme de que es algo concreto, es de lo más abstracto. ¿Quién ha visto alguna vez una metafísica concreta? Y la consecuente negativa a dicha pregunta no deja de ser una razón más que sugiere su abstracción.

Como iba diciendo: no es fácil. No es nada fácil ser reflexivo, pensador, filósofo, como lo quiera uno llamar. No lo fue en la Atenas de Sócrates, Platón y Aristóteles, ni lo va a ser hoy por haber pasado dos mil años desde entonces.
No es nada fácil ser siempre el que trae a colación aquella frase de “el ignorante afirma, el sabio duda y reflexiona” predicando con el ejemplo. No todos lo comprenden. De hecho, casi nadie lo comprende, y mucho menos lo comparte.

No es nada agradable sentir que nadie entiende aquello que expresas. Sentirte incomprendido, distanciado de la opinión general: de esa opinión que, precisamente, poco tiene de opinión a veces (y no hablemos ya de lo crítica). Particularmente, lo que más resuena en mis oídos es una pregunta acerca del tipo de estupefacientes que consumían tales o cuales filósofos, y sorpresa ante mi negación. Y lo curioso es que me sigo sorprendiendo cuando me preguntan, cuando en realidad, bien no debiera ser así: para muchos esa es “la única manera de pensar”.

Se rechaza la actividad reflexiva, el sencillo pensar, darle vueltas al coco. Aluden quienes así lo deciden a la complejidad del asunto. A que “es de locos”. Qué curioso: parece ser de cuerdos no pensar, todo lo contrario según mi manera de entender.
Palabrería abstracta, tonterías, rollazo, … son muchas las expresiones que sin más significan desinterés hacia el saber por saber. Unas con más delicadeza, otras con tintes más peyorativos. Desprecio, en cualquier caso, hacia el afán y hacia quien lo practica.
El desprecio puede ser ignorado, pero confieso que en ocasiones me siento solo. En ocasiones, cuando intento transmitir el porqué de algo que me encanta y no logro más que calentar la cabeza o resoplar de esfuerzo ante la incomprensión del prójimo, de su desinterés, de su desprecio, o, en el mejor de los casos, de su "no entender" no me siento bien precisamente. Dicha incapacidad en el otro. No me realizo, más bien me cuestiono: ¿merece la pena volver a la caverna a revelarle a los que dentro se hallan que aquello que ven son meras sombras, y que, en consecuencia, fuera de esa mentira existe la verdad? Platón llevaba razón: el precio que hay que pagar es alto.
Son todo desilusiones cuando intento expresar una idea y alguien muy cercano no la entiende y, sin más, acaba aburriéndose de tanto escucharme. No reprocho nada, pues es normal. Culpa mía quizá, culpa de mi quehacer filosófico. Culpa de mi manera de ver las cosas: de ser siempre el que duda y reflexiona. ¿Culpa de mi interés? Quizá culpa de mi mala forma de expresarme, de explicarme: quizás no con la claridad que debiera. ¿Culpa de mis ganas? Culpa de la filosofía quizá por mostrarse demasiado atractiva ante mí, quien quizá no es capaz de entender que hay quien no está preparado aún para ella. O vete tú a saber.

Y, desde algún lugar, oigo una voz lejana que me dicta una cuestión: tú decides.
Simple y llanamente: tú decides. Como con muchos párrafos de Ortega y Gasset o de Schopenhauer pasa, esas palabras esconden mucho más de lo que puede parecer a simple vista. El "tú decides" me expone dos vías en esta realidad. Me plantea si seguir pretendiendo aquello que reporte beneficios, dudando y reflexionando, o, por el contrario, hacer aquello que solo reporte riqueza traducida en dinero y afirmar por activa y por pasiva todo aquello que se preste, sin dudar, sin reflexionar; hacerte con lo que haces, o hacer, de manera escueta y simple, sin que dicha acción trascienda.

O lo que es lo mismo: sentirte incomprendido pero lleno por hacer lo que haces y dedicarte a aquello que, de hacerlo, brilla en ti; o sentirte muy integrado pero vacío, sin beneficios pero con riquezas, sumido en la oscuridad que supone la opinión general, lo acrítico, incómodo en la comodidad de lo que todos piensan, aquello que no te atrae pero con lo que sentirás a los demás algo más cerca… quizá. Nadie puede garantizarlo después de todo.



Ante todo, diré a modo de conclusión (y espero que se entienda): me lo pensaré.