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sábado, 24 de octubre de 2015

La prisa solo conduce al tropiezo.

“Se me antoja que la mayor de las ridiculeces es la de estar ajetreado en el mundo y ser un hombre que tiene prisa para comer y para todo lo que hace. Por eso me río a placer cuando veo que una mosca se posa en el momento crítico sobre la nariz de semejante activista, o que le llena de barro un carruaje que pasa delante de él a una velocidad todavía mayor, (…) ¿Y quién podría dejar de reír? Pues, ¿qué arreglan con sus prisas semejantes chapuceros? ¿No les ocurre acaso lo que a aquella mujer que, llena de pánico al declararse un incendio en su casa, sólo salvó de las llamas las tenazas del llar? ¿Qué otra cosa salvaron ellos del gran incendio de la vida?”. (Estudios Estéticos I, Kierkegaard).

          Estas geniales y sabias palabras que nos brinda Kierkegaard en Estudios estéticos I son algo que, si bien compartía con él desde siempre, por día que pasa lo tengo más claro. Por día que pasa, paralelamente, lo veo como algo más irrealizable; y por ello, quizá, más atractivo. ¿A quién no le gustaría ser dueño de su propio tiempo de modo absoluto? ¿Acaso no supone una utopía no tener que rendir cuentas a un trabajo, a un horario, a citas (con el médico, de papeleo, de cualquier índole), con familiares, con amigos, con la lavadora que no entiende de clima, con nuestro apetito que no entiende de economía, con nuestro ánimo que no entiende de quehaceres? Siempre tendremos, de un modo u otro, algo de prisa. En menor o mayor cantidad. Algo de quehacer, algo de responsabilidad que implica una atención especial y, en cierto modo, ajetreo. 
Algo, que no todo. En algún momento, que no siempre. Pues, ¿qué arreglamos con la prisa? Nada. Precisamente soy de los que si no tengo un porqué por lo que estar ajetreado, me distraigo con esa mosca de la que habla Kierkegaard, y ni mucho menos me ofusca ni enfada.

Le añadiría algo a Kierkegaard y es que más ridículo resulta, bajo mi propio punto de vista, ir de acá para allá con estrés y prisa sin tener un motivo por el que hacerlo. Tomar esa dinámica como la de uno propio. Constantemente correr ahogado, a destiempo, sometido al reloj, sometido al teléfono móvil, a las llamadas y a los mensajes, a la constante foto del panorama que te rodea, provocando con todo una sensación de malestar, de inquietud, aun cuando se encuentra uno de vacaciones. Aun cuando uno es, por suerte, un burgués de la talla de Schopenhauer o Kierkegaard y cuyo patrimonio le permite poder despreocuparse de los problemas que acosan al resto para, con ello, dedicarse por entero (como podemos comprobar) a mirar el panorama y escribir acerca de ello.


“El gran incendio de la vida”. Bonita forma de tildar el panorama en el que nos circunscribimos. La prisa, después de todo, solo conduce al tropiezo. 

jueves, 8 de octubre de 2015

Vivo en conversación con los difuntos.


Soy filósofo desde mucho antes de disfrutar de esta oportunidad que hoy me brindan mis padres: cursar el Grado en Filosofía. Dicha filosofía de la que soy partícipe me reporta muchos más recursos y beneficios que los que posiblemente obtenga dentro de apenas un año, cuando el Gobierno de España y la Universidad de Málaga me consideren, a ojos del resto, "Graduado en Filosofía". Nunca me ha entusiasmado tener posesión de un papel que diga que soy algo: prefiero demostrarlo con hechos. Y me lo he demostrado a mí mismo durante estos años, los libros lo saben.

Soy, además de un Graduado en un tiempo próximo, filósofo desde siempre. Desde los 6 a los 15 años leía a desgana y contando con un incentivo; hoy, dicha semilla germina, y leo con bastante pasión y sin incentivo material alguno: mi único incentivo es el saber. Atento en la lectura o en una mosca, como cierto profesor mío en primaria se quejaba acerca de mi persona. Tanta atención ponía en cualquier cosa que con frecuencia solía aislarme sin querer, de modo inconsciente: tanto que contaba con los dedos mi felicidad, como si aquello fuera cuantificable. Extraño en un niño de mi edad, lo mismo que aquellos relatos infantiles que escribía y que servían como huella de mi particular persona. Dudaba en exceso, todo sea dicho. Aunque a la larga, todo sea dicho, resulta que esto último no ha sido un defecto precisamente. 

La duda me ha llevado hasta esta orilla, y hoy, muy alejado en el tiempo de eso, reflexiono acerca de mis más fieles compañeros de viaje. Esos que suscitan en mi mente aquellas palabras de Quevedo que dicen así: "Vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos". Esos que el traductor se esfuerza en ponerme de mi lado.
Les doy voz, protagonismo, y un lugar privilegiado en la peana de mi museo particular:

Ciertamente, sigo aquí. Puede que no me recuerdes: sospecho que me has reemplazado. No quise creer a todos aquellos que me alertaron sobre ti, que me avisaron. Me explicaron que haces esto con todos: me has dejado caer en el olvido. Siempre fui fiel: compañía atemporal. Allí estuve cuando me necesitaste, siempre dispuesto. Callado, paciente, sin sonreír porque no puedo. De hecho, cuando te plazca, seguiré en donde me has dejado, de igual modo paciente y dispuesto. Sé que no es innovador lo que ofrezco, pero cuenta tuya es ver lo mismo o ver diferencias en esa conversación que a tu atenta mirada suscito. En esa historia que permanece sin cambios por el paso del tiempo y que, pese al hecho, alguna que otra mirada pone patas arriba.

Quizá culpa mía el estrepitoso golpe, la decepción desmesurada, al dejar de ver cómo me mirabas con ganas, con un movimiento de ojos de izquierda a derecha casi rítmico; pues debí verlo. Debí darme cuenta, solo que no pude. Quizá no quise ver que ahí donde estaba yo había otros dos, tres, a veces hasta cuatro más con los que pasabas el rato. ¿Son esos cuatro la razón por la que hoy resido en el olvido? ¿Son esos más interesantes que yo? ¿Mejores? ¿Qué ofrecen? Algún título esperanzador. Quizás te sientas más identificado con sus quehaceres que con los míos, o puede ser que él sepa llenar tus vacíos mejor que yo. 

Me resigno y observo, desde el más puro anonimato. Cerca o lejos, pero de modo anónimo. Pacientemente espero, a que de nuevo, el gusanillo te lleve a mí, y me devuelvas aquello que me robaste. Aquello que algún día fue tuyo, y que sin embargo, a pesar de siempre ser mío, yo no lo puedo disfrutar. Está dormido en la penumbra, a la sombra, esperándote. Espero, sin más, que me devuelvas la vida. Esa que, como sabrás, sólo tú sabes darme.

Es cuestión de tiempo que nos volvamos a encontrar.

Atte. Un libro.

jueves, 1 de octubre de 2015

Declaración de intenciones y algunas aclaraciones.


De nuevo me encuentro frente al ordenador cuestionando el porqué de lo que hago. De nuevo, intentando encontrar las palabras adecuadas para, en unos versos, hacer llegar a algunos conclusiones que obtuve tras la lectura de varios libros. Es complicado, a veces, entendernos a nosotros los filósofos. Mucho más complicado, me imagino, será comprendernos a aquellos que además filosofamos, valga la picardía y la sorna con la que digo lo que digo. Son muchas horas expresadas en unas líneas que han de cogerse al vuelo cual snitch dorada de Harry Potter por personas que, en definitiva, tienen otros puntos de vista o no tienen del todo claro qué supone el quehacer o la circunstancia de la que habla Ortega y Gasset. Es complicada mi tarea así como la suya. Es complicado mi quehacer orteguiano contando con el estigma kantiano que dice así "la estética es el recreo de la filosofía". Sin más, pretendo en las siguientes líneas no extenderme demasiado y escribir una precaria declaración de intenciones, así como desdibujar algunas aclaraciones para que, quien se interese, sepa "leer" aquello que escribo.

“La biografía siempre presente en la obra”. Cuando afirmo esto se me acusa de varias cosas: intrusionismo en el Arte es una, otra es que considero Arte a cualquier cosa, así como otra bien puede ser que no tengo en cuenta que hay arte que no es autobiográfico o que, sencillamente, no compete la biografía del autor. Bien, respondo.
Cuando enuncio estas palabras, sin ir más lejos, no hablo de Arte sino de arte. Hablo de arte en un sentido que, influenciado por algunas lecturas, le atribuyo yo mismo. No me refiero al Arte de las Bellas Artes ni al arte que puramente estudia la Historia del Arte (recordemos, pues, que soy filósofo y estudio filosofía). Me refiero, sin más preámbulos, a arte como a lo producido por una persona con cierta libertad a la hora de producirlo, como algo que hace suyo con la manera de hacerlo. LIbertado no en el sentido precario de libre albedrío, sino en motivos mucho más reducidos (ejemplo: mi madre me manda comprar el pan y voy por éste camino o por aquel otro. Lo que hago lo hago como fruto de un mandato, de acuerdo, pero yo elijo el modo). Lo llamo arte y no artesanía porque en mi concepción estética de la persona concibo que su actuar propio, que en su “elegir” dentro de su circunstancia (por muy reducido que este resulte, por más que haya que llevar a cabo una investigación minuciosa para determinar dónde reside dicha libertad de la que hablo) y, con ello, llevar a cabo una u otra proyección de vida e intentar que ésta se adecue lo más posible a lo que pretende, ya no realiza simplemente una artesanía, sino que se trata de algo más: elabora una obra de arte; y por tanto, hablo de artista. Elabora su obra de arte: su vida, la de su existencia que no le viene dada (quizás si determinada, pero no construida). La ha construido él con los materiales que su familia, su gobierno, su país de nacimiento, sus recursos, le han brindado. 
Repito: es una concepción filosófica y un término, si cabe, prácticamente acuñado por mí tras la lectura de varios autores de filosofía. Consiste en una reflexión. No hablo del arte que estudia la Historia del Arte necesariamente, aunque algunas veces tome algunos de sus ejemplos.

Dicho esto queda claro, a mi parecer, que no considero Arte cualquier cosa, pues hablo de "arte" (valga la diferencia entre el primer Arte con mayúscula y el segundo con minúscula). En segundo lugar, creo que queda claro que no se produce intrusionismo alguno (al menos en principio, veremos a ver a dónde me deparan estos derroteros que hoy encauzo) pues mi motivo es puramente ético-estético, y si utilizo el arte lo utilizo como ejemplo, para enunciarlo. No pretendo re-teorizar el Arte, llevarle la contraria a la Historia (ni a mis buenos compañeros los historiadores del arte), otorgarle un nuevo significado, ni atribuirle una nueva definición. Eso lo dejo en manos de los historiadores. No pretendo hablar de arte, sino pensarlo. Hacer lo que me es propio: filosofar.
Por último, quisiera expresar que cuando me refiero a aquello de que el arte es biográfico (ya dando por sentado que cuando aquellos que me leen ven escrita la palabra “arte” reconocen el sentido que le atribuyo a ese vocablo ya descrito más arriba) me refiero a que en él está presente la vida del autor, de una u otra forma. Expresada de modo directo o indirecto. Desde cosas tan vanales como la calidad de los materiales que utiliza (pueden ser mejores o peores, según su situación económica, por ejemplo) hasta el cómo llevar a cabo su “arte” (si con las manos, si con los pies, con pintura, con su cuerpo, encargándoselo a otro, escribiendo un libro).


Para muchos será complicado entender cómo concibo que aquel que encarga la obra y aquel que la realiza sean para mí considerados “artistas”, lo entiendo. Y es que, como ya dije más arriba: no hablo de artista en sentido de Arte, de Bellas Artes, etcétera; le doy una nueva significación al término. Una de la que ya algo se ha escrito. Hago filosofía y no historia. Contemplo de modo estético a la persona ética (mi motivo en todo esto, repito: ético-estético). Esa persona que actúa o hace algo (obra, podríamos decir) su “obra”; y que, dicho actuar (dicho obrar, podríamos decir igualmente) constituye su, valga la burda repetición de conceptos para así llegar de mejor modo a la comprensión de todo esto que expreso, “obra de arte”: obra porque está hecha (de mejor o peor modo, con genialidad o sin ella: el chico que acaba de estudiar y se dedica a trabajar, y aquel que consigue ser astronauta, ambos igualmente artistas de sí, han construido su existencia de uno u otro modo), y de arte porque está producida por lo que yo llamo artista (una persona cualquiera, cuente con Genio o sin él, sea hombre o mujer, se le den bien las Artes o no, ...).