Imagen blog.

Imagen blog.

lunes, 20 de enero de 2014

"El reflejo en el agua del lago".


Decía Tomás de Aquino aquello por lo que "nadie está a salvo de la locura". Hay gente dispuesta a aprender al tiempo que avanza, a la par que envejece. Hay gente que prefiere vivir para sí, a vivir por sí. Hay gente que además de gente, son personas. Hay personas que se realizan a su paso, u otras, que permanecen pasivas ante lo que acontece. Realizarse, aspirar a ser plenos, o rendirse ante la mera existencia y sucesión de hechos. ¿Hay orden en la variedad? De todo en todo, sin haber dos robles exactamente iguales, ni dos personas que constituyan lo mismo para una tercera.

A muchas personas ésto les da en qué pensar: hacen pensar de quien lo piensa que está loco, en este mundo de cuerdos y, en el que, ante una perspectiva argumentada y sustentada con argumentos, siendo no más que eso, ven imparcialidad y demagogia. Y así sucede. Como con miedo a elevarse, caminan muchos hacia no sé bien dónde, confundiendo el medio con el fin: aspirando a dinero como bien último, poniéndole un precio e invalidando la felicidad. Olvidando el sentido. Enterrando vivos sus deseos para así contenerse y seguir como hasta ahora, con la cabeza bien alta, en una dinámica que aunque no plena y felizmente positiva, proporciona seguridad. Seguridad ansiada por muchos, atesorada por los que temen el devenir.

No lo vemos todo cuando nos reflejamos en el agua de un lago. Nos engañaríamos si así lo creyéramos. Vemos nuestra apariencia, no nuestro yo. Vemos lo que nos representa de manera corpórea, pero no lo que sentimos. Vemos quién está a nuestra derecha, o a nuestra izquierda, pero en cualquier caso, no vemos quién está a nuestro lado. No puede verlo quien nos mira, ni quien nos ve. Muy posiblemente tampoco pueda verlo quien nos juzga. Quizá esté cerca de apreciarlo quien nos contempla con cautela, quien demuestra aprecio por ello, por mí. Muy posiblemente ese aspecto solo pertenezca al ámbito privado, al de la interioridad. Al del yo y mi sentir, que, aun siendo una sensación del todo consciente, con subsistencia propia, es tachada y arrojada al inconsciente, sin prestarle mayor atención al hecho. ¿Podemos engañar a nuestro sentir, a nosotros mismos? A viva voz grita la conciencia a veces, pero nadie la oye. Dicha voz merece ser oída, escuchada, interpretada. Pero no: la razón nos dicta otra dirección, y damos por hecho que la pasión se equivoca, que el sentido de la orientación lo tiene obsoleto. Como con miedo a ser en plenitud.


 En ti está elegir la comodidad de lo hasta ahora conseguido, o el tender hacia lo mejor que está por ver. ¿Acaso es una locura pensarlo? ¿Es ésta la locura a la que se refería Tomás de Aquino? 

La seguridad, el miedo a lo desconocido y a la incertidumbre, mutila la voluntad.





sábado, 11 de enero de 2014

"Hay cosas que uno sólo puede limitarse a señalar".


Mirar no es lo mismo que ver, ni que contemplar. Podemos ver algo sin mirarlo ni una sola vez, del mismo modo, podemos contemplar algo detenidamente y no llegar a ver nunca nada en ello. Sin embargo, cuando tenemos algo tan cerca y tan lejos al mismo tiempo, cuando no podemos dejar de buscar ese significado que nos hace seguir tras ello, cuando quizá comenzamos a ver algo pero de forma abstracta, lejana, indescifrable, que difícilmente podemos explicar a quien nos pregunta el porqué de nuestra cautela observadora que se reitera en el tiempo, es, en ese momento y no antes, cuando nos damos cuenta de que realmente aquello que intentamos comprender, además de entusiasmarnos, nos gusta.

Perderse no siempre resulta molesto. A veces nos perdemos, y no nos importa estarlo durante un tiempo indefinido, por largo o breve que éste sea. No nos preguntamos eso. Lo que rodea al objeto de atención en cuestión no nos interesa, pues, lo cierto es que éste bloquea lo demás. Esa parte nos detiene, impacta, y como el arco-iris tras la fuerte lluvia, o el amanecer de una larga noche, nos deja ensimismados. Reflexionando sobre cuán maravilloso es el paisaje observado. Disfrutando, nos damos cuenta de que no podemos racionalizarlo en absoluto, y es que, después de todo: es un sin-sentido pretender racionalizar aquello que se mide en suspiros. 


Intentamos hacer acabar ésto que nos posterga, y nos hacemos conscientes de su infinitud. Cada vez es como la primera vez, y en cada instante descubrimos algo nuevo que nos fascina. A medida que lo descubrimos, descubrimos una parte de nosotros hasta el momento desconocida. Maravilloso, hermoso, espectacular. Tan pequeño pero tan inmenso a la vez. Asombroso. Una explosión de sensaciones vívidas que nos hacen cesar nuestra carrera vital para rendirnos por un instante ante ello, un instante que dura segundos, minutos, horas, pero que parecen largos años. Una eternidad resulta demasiado breve. Dicha reflexión no precisa meta alguna, por ello es que ésta tiene más valor: no perseguimos un fin en la contemplación, el objeto al que le dedicamos tal atención, que nos deleita, parece ser el fin en sí mismo.

Hablo de aquello que, de eliminarse, nos modificaría de algún modo, alterando el orden que hasta hoy hemos seguido. No sabemos cómo hemos llegado hasta aquí, "no sé cómo has llegado" nos decimos, pero no nos importa: queremos seguir en éste lugar, en ésta línea que dibujamos a nuestro paso, aun estando perdidos, aun desconociendo las consecuencias. Todo ésto, además de despertar nuestra atención y hacer que nos reconozcamos en él, nos hace conscientes de que lo inagotable está sumamente limitado por el tiempo. Y, si vivir es vencer el tiempo, más vale que procuremos agotar todas las posibilidades: la realidad y nuestra voluntad son infinitas, pero el tiempo es finito, efímero.


Hay cosas que uno sólo puede limitarse a señalar, a admirar, perdiéndonos en las múltiples descripciones que ello suscita, incapaces de decantarnos por sólo una, pero conscientes de que aquello de lo que hablamos nos encanta. Que no pase desapercibido: abre tus ojos.