Hay ciertas cosas que uno hace para uno y no para nadie. Hay
ciertas cosas que, hasta los entusiastas de las redes sociales, se ahorran
publicar (por difícil e incomprensible que esto pueda parecer). Hay, aún,
algunos resquicios de realidad en los
que establecemos un límite: vetamos la entrada a terceros. Hay, por haber, días
en los que a uno no le apetece mucho más que escribir un par de líneas en un
block, meditar acerca de lo mucho que le gusta lo que hace (en este momento, en este afortunado momento que vivo) y, como
consecuencia de esto último, sentirse agradecido. Sentirse agradecido porque no todo el mundo se encuentra haciendo lo que yo: lo que le gusta, lo que le entusiasma, lo que me da la vida, lo que ojalá próximamente me dé, además de felicidad, un sustento. Después de oír ciertas confesiones (depresivas confesiones) uno no puede sino tomar nota y seguir
leyendo (lectura sosegada lo llaman algunos). Tomar nota y entender que, si en el todo participamos todos, también hay posibles balas para mí en esa pistola que conforma el juego de la ruleta rusa. Luego, más vale estar al tanto. Le puede tocar a cualquiera.
Lo que está bien claro es que,
vetemos o no una zona de nuestra subjetividad, hay (por desgracia, por una asquerosa desgracia) cosas que no dependen
de nuestra persona. Existen razones que vienen impuestas por, digámoslo con
filosofía (cómo si no, viniendo de un proyecto
de filósofo): los dados del azar. Y, debido a esto, existen razones para sentirme agradecido.
Dejaré que sean, primero Schopenhauer y después Crusoe, quienes den cuerpo a mi reflexión (y con
ello a mi estado de ánimo) con sus acertadas palabras, mucho más brillantes que
las mías.
Cada vez que me
deprimo trato de reflexionar sobre lo mucho que significa que un hombre como yo
pueda vivir toda su vida cultivando sus facultades y su profesión innata; cómo
esto se da en un caso entre mil; y cuántos miles de personas nunca alcanzaron
esa meta, de manera que yo hubiera podido ser muy infeliz.
(Arthur Schopenhauer, El
arte de conocerse a sí mismo).
Fue entonces cuando
comencé a darme cuenta de cuánto más feliz era mi vida, pese a todas las
lamentables circunstancias, que la existencia sórdida, perversa y abominable
que había llevado en el pasado. Ahora se había modificado la índole de mis
penas y alegrías, se habían alterado mis deseos, mis afectos cambiaban su
sentido y mis deleites eran absolutamente nuevos, comparados con los que sentí
a mi llegada o en el curso de los últimos dos años.
(Daniel Defoe, Robinson
Crusoe).
¿Qué me encuentro haciendo en este momento, después de todo? Reflexionando en mi cuarto. Me encuentro haciendo. En el calor de mi apartamento, sentado frente a mi ordenador, junto a mis libros. Haciéndome mayor. Haciéndome más calvo por días, me temo. Haciéndome Graduado en Filosofía. Haciéndome un futuro (espero). Haciéndome fuerte para lo que me espera en un futuro inmediato.
Me encuentro haciendo lo que quiero: haciendo aquello que me gusta (filosofía, por supuesto), y feliz... que no es poco.