Imagen blog.

Imagen blog.

sábado, 21 de diciembre de 2013

"Cada momento es único. No hay instantes vacíos".


El hecho de que elijamos algo en algún momento nos limita, nos determina para el futuro. Quien eligió ser algo, ser alguien, una decisión más o menos importante; quizá más tarde algo le hizo saber que no debía de haberlo hecho, y ahora le hace arrepentirse, sin poder cambiar nada. Cosa que de nada le sirve, por supuesto. O no. Puede que abrace con fuerza el entredicho, afirmándose, dando por sentado que ojalá todas las decisiones fueran así de sencillas. ¿Hasta qué punto sabremos si nos hemos equivocado o no en nuestras elecciones? Eso nunca lo sabremos, y es quizá lo que le da a ésto algo de mágico. Lo que hace de cada día un día diferente: lo que hace que cada momento sea único, y que no exista ni tan siquiera un instante que esté vacío.

En un instante puedes hacer que cambie todo, y es cierto. Pasa como en una partida de ajedrez: mientras las vamos colocando sobre la mesa, nos hacemos uno con esas piezas. Algunas significan más, otras menos. No hay duda de que son una circunstancia: las sentimos nuestras. Más nos vale pensar bien la jugada que vamos a hacer antes de efectuarla, puesto que de no hacerlo bien, de fallar, perderemos parte de nuestro vital arsenal. Conforme jugamos, conocemos al adversario un poco más de cerca, cada vez mejor, y vemos por qué ámbitos se inclina: vemos de forma más clara cómo es. Vemos qué pierde, qué gana, cómo juega, o cómo jugamos nosotros contra él, y con él. Nos hacemos conscientes de la idea de que cada pieza es única. Se han hecho parte de nosotros a lo largo de la partida, y perder una supone un gran golpe: cuanto más tiempo pasamos con ellas, cuánto más le dedicamos, más aprecio les tenemos. Una suerte de circunstancia que merece la pena salvaguardar, dejando constancia de ella por escrito quizá, para que perdure, después de la "efímera" partida que puede postergarse durante horas, días, semanas, ... todo cuanto estemos dispuesto a jugar. Todo el tiempo que dure el pulso entre ambos.
Una suerte de instante ese en el que vencemos, o en contraposición, una desgracia de éste en el que perdemos. Sea como sea, al final, en el momento de relajarse y de hablar de otra cosa, cuando guardamos las fichas, miramos quizá con tristeza cómo algunas nos abandonaron demasiado pronto. O cómo otras lucharon hasta el final, pero igualmente, se esfumaron. Quedan algunas sobre la mesa, a las cuales tratamos con más delicadeza, y con una sonrisa.


Las posibilidades, al igual que las piezas, al igual que la vida misma, son únicas. Como cada momento. Nadie piensa algo de forma espontánea: todo viene anidado a su contexto, a las ideas que lo pueblan, a lo que vive en esa inmediatez de tiempo. Y no hay ni siquiera un movimiento que no implique cambio, ni tan siquiera un instante que carezca de sentido, vacío: bastaría uno para que determinaras la partida. Para perder o ganar. Bastaría también uno, sólo uno, un movimiento para dar un basto giro al todo. Claro que, quizá la pieza que necesitas para vencer la hayas perdido en otro momento, no pudiendo efectuar dicha acción, pesando tu historia. Quizá el río siga fluyendo con independencia a lo que piensas, a lo que pensamos. A lo que piensan. Quizá la partida acabara hace demasiado tiempo, y quizá esos dos adversarios aún sigan mirándose.



1 comentario: