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sábado, 18 de abril de 2015

"Sé que me leen".


Hace algunos días estaba yo pensando, en la quietud de la noche, observando el techo de mi habitación, en silencio. Pensando en Schopenhauer, en lo interesante que me parece lo que estamos viendo de él en clase. Pensando también en lo cansado que estaba hasta el momento, y en lo poco que iban a cambiar las cosas en los días sucesivos, me temía. Pensando en pensar, y en conclusión, haciendo lo que a ojos del resto no debería de hacer, pues a pesar de ser lo más coherente (pensar) denota un claro síntoma de locura. Un claro síntoma de una enfermedad que, en ese específico sentido que le atribuyen, no me importa padecer.
Sigo sin ver la televisión. Sigo al margen de las modas y de entender la riqueza en términos de "peso en oro". Sigo, y siguiendo escribo. Es escribiendo como me salvo de todo lo que encuentro a mi alrededor, y quizás sea esa una de las razones por las que me siento cada vez más fuera de lo que se concibe como "estar dentro".
 
No voy a mentirme, ni a mentiros: no me importa lo más mínimo ser un loco a ojos de la mayoría: ahí fuera hay quien le saca partido a estas palabras que escribo, y me consta. A estos planteamientos que plasmo. A estas estupideces que a veces digo, o a esas iluminaciones que denotan que de aquel estudiante de Filosofía que cursaba primero de carrera pocas cosas ya quedan. 

Ya dijo un profesor mío en una ocasión que la novela perfecta está por escribirse, y que, precisamente en tanto que eso mismo, seguimos escribiendo. Seguimos tomando el timonel, lanzándonos al mar, y convirtiendo a veces la barca con la que navegamos en un submarino con el que sumergirnos. Reflexión, inflexión, todo se reduce en numerosas ocasiones a pensar. En nada, en todo. 
Nunca vamos a ver el noúmeno kantiano, la Voluntad de Schopenhauer, o, en términos para que se me entienda: nunca vamos a saber si esa otra persona ve el color azul tal y como tú lo ves. Nunca voy a saber qué sacaste en claro de mí, de qué te sirvieron estas líneas, estas inquietudes, estos pensamientos: si las leíste o no, pero, al menos, sé que me leen. Para bien o para mal.
Se que sirvo de inspiración, sé que hay quien solo y exclusivamente enciende el ordenador para percatarse de que escribo "solo" sin tilde, para apuntarlo y con ello precisar una crítica más dura, y diré algo: "ya quisieran muchos contar con el público con el que yo cuento". Otros, más personas que gente, sencillamente, se equipan con sus gafas de vista y dedican una mirada a la pantalla para leerme porque simple y llanamente les gusta lo que digo, cómo lo digo, a pesar de desconocer el porqué de que lo diga.

El porqué de escribir la palabra "solo" sin tilde tiene una razón simple: la RAE acepta sus dos posibilidades, con tilde y sin tilde.
El porqué de escribir solo, ajeno a lo demás y sin ánimo de conocer ese "demás" lo más mínimo, es una razón que pospondré hasta que yo mismo lo comprenda. Bien pudiera yo mismo desear que se alargara la espera, pues, según parece, es ese el motor que me hace seguir expresándome en estos términos.

Y mientras exista la demanda, continuaré con la oferta.