“Se me antoja que la mayor de las ridiculeces es la de estar
ajetreado en el mundo y ser un hombre que tiene prisa para comer y para todo lo
que hace. Por eso me río a placer cuando veo que una mosca se posa en el
momento crítico sobre la nariz de semejante activista, o que le llena de barro
un carruaje que pasa delante de él a una velocidad todavía mayor, (…) ¿Y quién
podría dejar de reír? Pues, ¿qué arreglan con sus prisas semejantes chapuceros?
¿No les ocurre acaso lo que a aquella mujer que, llena de pánico al declararse
un incendio en su casa, sólo salvó de las llamas las tenazas del llar? ¿Qué
otra cosa salvaron ellos del gran incendio de la vida?”. (Estudios Estéticos I,
Kierkegaard).
Estas geniales y sabias palabras que nos brinda Kierkegaard
en Estudios estéticos I son algo que,
si bien compartía con él desde siempre, por día que pasa lo tengo más claro.
Por día que pasa, paralelamente, lo veo como algo más irrealizable; y por ello,
quizá, más atractivo. ¿A quién no le gustaría ser dueño de su propio tiempo de
modo absoluto? ¿Acaso no supone una utopía no tener que rendir cuentas a un
trabajo, a un horario, a citas (con el médico, de papeleo, de cualquier índole),
con familiares, con amigos, con la lavadora que no entiende de clima, con
nuestro apetito que no entiende de economía, con nuestro ánimo que no entiende
de quehaceres? Siempre tendremos, de un modo u otro, algo de prisa. En menor o
mayor cantidad. Algo de quehacer,
algo de responsabilidad que implica una atención especial y, en cierto modo,
ajetreo.
Algo, que no todo. En algún momento, que no siempre. Pues, ¿qué arreglamos con
la prisa? Nada. Precisamente soy de los que si no tengo un porqué por lo que
estar ajetreado, me distraigo con esa mosca de la que habla Kierkegaard, y ni
mucho menos me ofusca ni enfada.
Le añadiría algo a Kierkegaard y
es que más ridículo resulta, bajo mi propio punto de vista, ir de acá para allá
con estrés y prisa sin tener un motivo por el que hacerlo. Tomar esa dinámica
como la de uno propio. Constantemente correr ahogado, a destiempo, sometido al
reloj, sometido al teléfono móvil, a las llamadas y a los mensajes, a la
constante foto del panorama que te rodea, provocando con todo una sensación de
malestar, de inquietud, aun cuando se encuentra uno de vacaciones. Aun cuando
uno es, por suerte, un burgués de la talla de Schopenhauer o Kierkegaard y cuyo
patrimonio le permite poder despreocuparse de los problemas que acosan al resto
para, con ello, dedicarse por entero (como podemos comprobar) a mirar el panorama
y escribir acerca de ello.
“El gran incendio de la vida”. Bonita forma de tildar el panorama en el que nos circunscribimos. La prisa,
después de todo, solo conduce al tropiezo.
Hola. Al parecer somos tocayos. Si lo deseas, déjame una forma de contactarte.
ResponderEliminarHola. No me importaría, solo que... ¿de qué se trata?
EliminarHola. No me importaría, solo que... ¿de qué se trata?
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