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martes, 4 de febrero de 2014

"Un cíclico vaivén, puro devenir".


Se acerca la noche, pero a nadie parece importarle, como si supieran que un nuevo día acontecerá ante dicha oscuridad. Azota el viento en las ventanas, el frío cala los huesos, tenemos que rebuscar de entre los armarios la ropa de invierno, y tampoco ésto despierta alarma alguna: somos, en cierta parte, conscientes de que ese estado tiene caducidad, y de que pronto tendrá lugar una época mejor: un cálido verano en éste caso.
Mientras unos caminan hacia la cúspide de la pirámide, del triángulo del que hablaba y describía Kandinsky, para comprender ciertos aspectos y otorgarles importancia, otros la bajan. De un salto, precipitándose, o deslizándose, pero caen hacia abajo. Con armonía, como una música que acaricia y con ello eriza nuestro vello. Ellos ya lo sabían al ascender: ya sabían que era cuestión de tiempo. De igual forma, confían en volver hacia arriba.

Llueve con fuerza, y nadie se lamenta por ello: todos parecen tener certeza de que después brillará el arco-iris, y de que, cuando así sea, de éste podrán sacar provecho, pues, ¿qué mejor forma de celebrar que dejó de llover que observando el mismo?.
Nadie parece alarmarse cuando el otro dice adiós, si esa despedida va precedida por una buena sensación: cuando ese otro que se marcha ha mostrado aprecio por ti con anterioridad. No irá demasiado lejos. Damos por hecho que volverá: su ausencia sólo es algo pasajero, momentáneo, transitorio. Parece que es ese el destino cíclico que, aunque nos conmueve, nada podemos hacer por él. Nos guste o no es así, puro devenir, y quien pretende hacerse con el presente se hace consciente en su intento de que éste apenas es perceptible.

Unos vienen, y otros van. Se aleja la desilusión, nos abraza la ilusión, y ésta vuelve a marcharse, sin dar explicación alguna. Dejando a algunos de manera más emotiva, y a otros más desconsolados. A la apatía la sucede la diversión, y a la tristeza la alegría, e igual pasa con la oportunidad, la decepción, las ganas, el deseo, el desencanto; y todo en un instante: un instante que se extiende con cierta melodía, que se posterga, que dura toda una vida.
Cada día es susceptible de ser diferente al anterior, abriéndose paso como una nueva oportunidad por descubrir, en la que aprender; por sorprendernos, por lograr sentir algo tan especial que nos haga olvidar todo lo anterior, todo aquello que nos atrapaba. O al menos, de no recordarlo de manera tan exacta.

Cierto es que éste rompecabezas de sensaciones, aun sintiendo que se repite de manera sucesiva y cíclica, no carece de significación. Tenemos una infinitud de posibilidades, inmensa variedad de posibles acordes, las cuales aun repitiéndose son impredecibles, y eso le da más sentido. No supone un vacío en ningún caso. Supone algo maravilloso, como ya dije en anteriores entradas. Supone una grandeza, que no siempre estamos dispuestos a observar cual niño su mayor y admirado juguete.

Una vez sopesamos las reglas, las condiciones, hemos de tomar parte en el asunto. Hacer lo que nos corresponde.





"Todo acorde, toda progresión musical es posible.

Pero presiento ya hoy que también aquí existen 
determinadas condiciones 
de las que depende si utilizo ésta o aquella disonancia".

- Arnold Schöberg.







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