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sábado, 3 de mayo de 2014

"Y una vez llegue el ocaso, aferrarse al verde".


No podemos detener el tiempo por más que le quitemos las pilas al reloj, por más que aguantemos las manecillas. Acabará por desesperarnos el hecho. Sí que creemos poder detenernos nosotros en él, no siendo ésto cierto. ¿Somos realmente capaces de detener nuestro movimiento? Nadamos en el incesante mar del devenir, de un vaivén que jamás se detiene, por más que de manera física nos quedemos completamente estáticos. Lejos de poder decidir nosotros por él, nos arrastra, bien hacia la orilla, bien hacia alta mar. Dormidos o despiertos, soñamos. Tumbados o en pie, reflexionamos. Y, cuando nos venimos a dar cuenta, el resultado es de fortuna o desgracia.

Nuestra vida se sustenta en una serie de creencias, según Ortega y Gasset. Dentro de éstas creencias, creamos nuestras propias ideas, las construimos con unos más o menos sólidos cimientos, siendo éstas sobre las que discutimos, pensamos, reflexionamos, y las que cuestionamos cuando algunas cosas no van del todo bien, o, al menos, no como nos gustaría. Cuando la inercia nos ha llevado al final de la cuesta. Las ideas las tenemos, mientras que las creencias, las somos. Mientras que el lenguaje es el vehículo del pensamiento, las creencias son el papel en el que escribir nuestra vida, por decirlo de alguna forma.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando las ideas reveladas hasta el momento no parecen ser lo que esperábamos?  ¿Qué pasa cuando, muy al contrario de como se pensaba, ambos placeres son capaces de solaparse y llenarnos del todo? Podemos seguir aferrándonos al destino, confiar que en algún momento y por arte de magia, todo cambiará para mejor. Podemos también mantener conversaciones con un ser supremo, o con un secretario del mismo, y contarle lo que nos pasa a fin de que nos ayude. Podemos tumbarnos en la cama a quejarnos de la política sin siquiera conocer qué plan tiene ésta.
Podemos hacer tantas cosas que no conducirán a ninguna parte que, si se me permite, abandonaré el discurso en ese sentido. Bien, sin embargo, podemos tomar las riendas y tomar con fuerza lo que sí está en nuestras posibilidades: podemos luchar por lo que tenemos delante. Podemos arriesgar. Ante la peculiar disyuntiva surge la reflexión. Creo que, en mi caso, aun sin dejar de meditar, ya he tomado una decisión.

Sin ir más lejos, esa vacuna que nos salva contiene parte del virus, como pasa en el amor.
Hemos de dar para recibir. Hay que arriesgar para ganar. Podemos tomar el carpe diem como lo que significaba para los romanos, y no como lo que hoy se interpreta por quien lo promulga: como un atrapa el día, logrando algo de provecho del mismo; y no como un atrapa el exceso que de razones para echarse a la mala vida, sujeto de falsas opiniones, muchas drogas, y mala vida. Mera existencia vacía, lejos de una existencia auténtica.

Somos recipientes que se nutren de lo que nos pasa. Lo que nos pasa está muy ligado a las creencias que somos, a las ideas que reproducimos. A quienes nos acompañan en éste u otro viaje. A lo que llevamos consigo, a lo que dejamos atrás. A lo que valoramos. Y es que, a veces, el problema está en cierta incapacidad de valorar lo que realmente merece valor, aprecio, estima. La claridad es la cortesía del filósofo, y hoy, preciso ser lo más cortés posible con quienes me importan.
Hay que hacerse con un microscopio para ver los microorganismos, hay que graduarse la visión para poder ver correctamente. Tenemos que caminar mucho para, una vez el ocaso recaiga sobre nosotros y nos observe, y nosotros le observemos a él, podamos decidir: podamos aferrarnos a la esperanza, reflejada en unos ojos. Podamos ver en un color, en el verde, una total e ilógica sensación, que lejos de desesperar, ampara. Hay que abandonar ciertas ideas para ver, para darnos cuenta, de que realmente algo que hasta el momento pasaba desapercibido, merece la pena.


Puedo prometer y prometo, decía Adolfo Suarez. Puedo prometer, y pretendo cumplir, digo yo. Prometer es sencillo: la dificultad de las mismas es el llevarlas a la práctica. Situémonos por encima de cualquier promesa.



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