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jueves, 3 de julio de 2014

"Casas y hogares".

Las casas tienen ventanas para que entre el aire, para ambientar el lugar, para ofrecer una perspectiva distinta y no hacernos sucumbir en un espacio limitado por cuatro paredes, seis, ocho, o las que sean. Hay ventanas que se pasan el día, la tarde y la noche abiertas, de par en par. También las hay que sólo permanecen abiertas por la mañana, o por la noche, para ver la luna llena. Las hay con mosquiteras, como también las hay sin nada: sencillas o complejas, más o menos antiguas. Cuestión de gustos, o de disgustos. En cualquier caso: las hay.

Las casas tienen escaleras para que subamos hacia los dormitorios, o bajemos hacia la calle, tomando siempre nota de las indicaciones de Julio Cortázar en éste asunto. Con peldaños altos o pequeños, recorrido por animales domésticos y personas. Por niños o por mayores: los primeros las bajan a saltos, los segundos, recuerdan haberlo hecho alguna vez.
Las casas, como iba diciendo, tienen también paredes que nos resguardan de lo externo. Protegen, se podría decir que cuidan, siempre y cuando uno no las descuide.

Las casas tienen muebles, y camas, y sofás, y electrodomésticos, y con todo ello nos sentimos cómodos y, valga decirlo, cómo en casa. Las hay con mueble-bar, con estanterías, con muchos libros, o sin ni tan siquiera uno solo. Las hay en las que éstos son leídos por todos, o en las que éstos son solo el divertimento de gatos o niños pequeños que los desordenan. Las hay sobrecargadas de decoración, a las que no les falta absolutamente nada, o con apenas un minúsculo detalle.

Hay casas muy confortables, las hay con mucho ruido, con música, con mucha o poca suciedad. Las hay con mucha ropa amontonada, o apenas nada. Muy ordenadas o que son un completo caos. En las que hay ajetreo, en las que sólo van a dormir sus dueños, en las que duermen okupas, o en las que apenas nadie recorre sus pasillos.

Las hay, casas, en las que habitan muchos huéspedes. Hay casas que tienen una habitación para invitados, y las hay que no. Las hay también que alojan a amigos, a conocidos, a desconocidos, aun sin contar con lo necesario, con lo que propiamente uno necesita: en cualquier parte. Donde caben dos, caben tres, como suele decirse.

Las casas son solo casas, como también pueden ser hogares. No todas las casas son hogares, ni todos los hogares tienen necesariamente que ser casas. Donde menos lo esperas encuentras un hogar, y donde más fácil parece hallarlo, precisamente, encuentras un vacío: cuatro paredes.

Las hay para todos los gustos: decoradas, sin decorar; amuebladas, sin amueblar; pagadas o embargadas. Urbanizaciones en la costa o en el interior. Con un jardín delantero o sin él, o con él y con piscina, o sin nada de lo anterior mencionado pero con un patio bien grande con sillas, con sofás, con hamacas; para ver pasar la tarde, donde verla pasar, o para que ésta se nos pase.


Lo cierto es que nadie se imagina una casa sin ventanas, pero no nos cuesta hacernos a la idea de que las hay deshabitadas. 


Hay casas que tienen de manera permanente sus ventanas cerradas. Las hay con mugre, con suciedad, vacías, sin pintar, sin jóvenes ni ancianos que recorran sus pasillos, que llenen sus recovecos, que las abarroten de pósters o cuadros, que la contemplen simplemente. Que decidan el color de sus paredes con más o menos acierto. Que abran y cierren las persianas. Que tiren una y otra vez de la cisterna.
Vacías en cuanto a lo físico como a lo que tiene que ver con el corazón. No hay dolor, ni alegría en ese frío lugar, que a duras penas encuentra unos rayos de sol al día. Lugar sordo, donde sucumbe el silencio. Lugar para el cual el día y la noche da lo mismo: nadie remedia el hecho. Nadie cambia las sábanas, ni las pone.
Deterioradas o impecables, pero vacías. Sin huéspedes, sin habitar, sin ni siquiera okupas: sin vida. Y no digo muertas, pues para estarlo en algún momento tuvieron que vivir: las casas a las que me refiero nunca han vivido. Sin historia. Sin muebles, sin nadie a quien proteger o resguardar. Sin cometido alguno. Sin arte, pero también sin desastre. Sin Pollock, sin Picasso, sin Goya; sin Bansky, sin Miró, sin Warhol. Sin nada: a estrenar por la intemperie.

Cuyos sofás en el jardín nadie usa. Cuyos sofás allí permanecen, sin inmutarse, mientras los yerbajos crecen y crecen, haciéndose con el jardín, abriéndose paso. Sofás llenos de suciedad, allí expuestos al paso del tiempo, y a todo (expuestos a todo pero no a todos: expuestos a nadie realmente).
Presos de ningún peligro doméstico: no hay gatos que los arañen, ni niños pequeños que salten encima, lo ensucien y lo rompan. Ni madre que regañe a dichas criaturas. Ni padre que lea sentado, al fondo, y pacientemente observe. Expuestos a ningún peligro propio del hogar. Expuestos al desuso, y al eterno orden, que al tiempo, se convierte en desorden.


Las casas y las crisis abundan. El dinero y los hogares escasean.



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