No sé por qué me dedico a esto. Si lo supiera, probablemente, no
tendría necesidad de hacerlo. Lo único que puedo decir, y de eso estoy
completamente seguro, es que he sentido tal necesidad desde los primeros
tiempos de mi adolescencia. Me refiero a escribir, y en especial a la escritura
como medio para narrar historias, relatos imaginarios que nunca han sucedido en
eso que denominamos mundo real. Sin duda es una extraña manera de pasarse la
vida: encerrado en una habitación, con la pluma en la mano, hora tras hora, día
tras día, año tras año, esforzándose por llenar unas cuartillas de palabras con
objeto de dar vida a lo que no existe, salvo en la propia imaginación. ¿Y por qué se empeñaría alguien en hacer
una cosa así? La única respuesta que se me ha ocurrido alguna vez es la
siguiente: porque no tiene más remedio, porque no puede hacer otra cosa.
Esa
necesidad de hacer, de crear, de inventar, es sin duda un impulso humano
fundamental. Pero ¿con qué objeto? ¿Qué sentido tiene el arte, y en particular,
el arte de narrar, en lo que llamamos mundo real? Ninguno que se me ocurra; al menos desde el punto de vista práctico.
(Paul Auster, “Ensayos completos”, página 714).
Soy consciente
de que escribir algo a continuación de las palabras de un premiado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (2006) como es
Paul Auster no hace sino romper el silencio que habita aquel que se adentra a
la reflexión tras la lectura de sus palabras. Invito a considerar las
anteriores palabras y, del mismo modo que lo hago yo, a que estas sean leídas
como buenamente se quiera. A que se extraigan las consideraciones que cada cual
entienda que son oportunas. ¿Cabe, sin lugar a dudas, hacerlo de otro modo? Leer es una faena utópica, decía Ortega
y Gasset, y lo corroboro de buena gana.
¿Por qué hace
lo que hace? Porque no tiene más remedio.
Hace lo que le es propio: responde a ese impulso
fundamental, el de narrar historias posibles, historias que algunos dicen
no ser reales y que, sin embargo,
acaban por ser a veces más real que lo propiamente real.
¿Acaso no es
este el sino en el que se encuentra el artista? Traer a la realidad lo que
hasta el momento es sólo posibilidad. Hacer
de lo posible un hecho. La idea que plantea Paul Auster (y que reconozco en otros
autores que no mencionaré aquí, pero que sí aparecerán en el trabajo que
durante meses lleva recorriendo mi cabeza) me recuerda a una anécdota que me
comentaron hace poco acerca de Ignacio Falgueras, conocido artista de La Línea
de la Concepción, y es que, según parece, este hombre decía “dar vida a los monstruos que habitaban en su cabeza”.
No es el caso de
Ignacio Falgueras, así como tampoco son los monstruos
a los que daba vida el motivo que me mantiene delante del ordenador
pensando. Al menos no ahora mismo, al menos no por el momento. Tengo, sin duda,
mis propios monstruos a los que dar
vida. Y se trata, nada más y nada menos, de responder a eso último que como
puede leerse plantea Paul Auster al final de la cita, esa pregunta para la que
no encuentra sentido. “¿Con qué objeto? Con
el de hacer de la propia vida una obra de arte”, pienso. Y sigo pensando,
luego los monstruos siguen vivos en
mi cabeza y no fuera de ella.
Y sí,: sin duda es una manera extraña de pasarse la
vida…
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