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domingo, 4 de agosto de 2013

"¿A dónde estamos dispuestos a llegar?"

Decía Descartes de forma muy acertada que "es prudente no fiarse por entero de quienes nos han engañado una vez", y es así, ¿o acaso alguien confía en la política? Otra cosa es (como muchos pensarán al leer esto, cosa equívoca) que es un caso similar al de "me ha demostrado no ser como yo creía que era, así, le doy la espalda". No, yo me refiero al engaño, al no ser lo que la apariencia deja ver, y no sólo sino, sino atreverse a ir más allá y buscar la traición, etcétera. Es pensando estas cosas cuando me cercioro del respaldo que tengo últimamente.

Siempre he pensado que no hay que tomárselo todo tan en serio. Una frase resume bien esta idea, y es la de "no te tomes demasiado en serio la vida, total, no saldrás vivo de ella". Suele decirse también que quien espera lo mucho, espera lo poco, pero parece que cada vez se pierde más esta apreciación. La gente cada vez espera más de los demás, y cuando no lo dan, se les tacha. ¿Acaso no esperábamos todos que en la comparecencia Rajoy dimitiera? No cabe explicación alguna. Queremos que se vaya.
Últimamente estoy observando que cuanto menos espero, más obtengo. Siempre lo he observado en realidad, y ya hablé de eso en otra entrada, pero el caso es que sigue patente. Y, lo que más me gusta de todo esto, es que además ciertas personas se molestan (a veces en exceso a mi parecer) mostrándome su amistad. ¿A quién no le gusta que le tengan en cuenta? Es algo que siempre nos llena. El ser humano es social por naturaleza, y como tal, necesita de otro que le resalte sus logros, o qué se yo, que le diga sus fallos, aunque esto genere debate. Un debate también necesario, por supuesto (¿qué sería de la vida sin las discusiones?). Todo esto, al igual que otras tantas cosas por el estilo, son inestimables. Carecen de valor económico porque de ponerle un precio, faltaría dinero, cifras, o vete tú a saber. Es algo que no puede comprarse, y eso a muchos les repatea.

Cuando veo que Adri se empeña en llevarme a casa en coche cuando ya ha oscurecido una vez terminamos de entrenar al baloncesto, o cuando Félix se ofrece a llevarnos a mí y a Ismael a Algeciras en busca de camisetas para jugar el torneo, o cuando Ethan deja a un lado sus cosas y sale con nosotros casi sin avisar y de paso nos da recuerdos de parte de Nacho que sigue en Miami, o cuando Molina me pregunta cómo ha ido el concierto de Mark Knopfler y al verme por la calle me abraza, o cuando Jesús desde Madrid nos envía su apoyo para el torneo del sábado aun sabiendo que poco podemos hacer; siento que hago lo correcto. Siento que algo hay que hago bastante bien con ellos para que se sientan congraciados y sean así en consecuencia. Eso, como decía, no puede comprarse. Así, a mi parecer, no hay que tomarse tan en serio tal o cual cosa, pues, por ejemplo, en Junio casi no supe nada de ellos, y no por eso se me tiene menos en cuenta. ¿De qué serviría? Hay que dejar que las cosas fluyan más bien, y no intentar hacerlas fluir a la fuerza, pues haciéndolo sólo podemos conseguir derramar el agua.

Claro que, como en todo, hay quien discrepa. Cada uno hace lo que cree correcto, o al menos, así debería ser en el mejor de los casos. La pregunta es ¿a dónde estamos dispuestos a llegar? y partiendo de este punto, se construye el resto. Añadiré algo: quien no arriesga, no gana.

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