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lunes, 22 de diciembre de 2014

"Siempre volvemos a sentirnos arrastrados por la magia".


Corren días de prisa, de desenfreno, de agobio y estrés. No tenemos aquello que necesitamos. Nos falta el pollo, el jamón serrano, los polvorones, las luces del árbol. La paga no da para comprar más decoración. Algunos se aferran a la idea de que, pase lo que pase, tienen lo más importante: los regalos. Tienen regalos. Tienen el regalo del hijo, del primo, del sobrino y del amigo: el trenecito, la bicicleta, la moto y la serpiente de peluche. Este año será Pocoyó, el año pasado fue Bob Esponja.    
Muy a nuestro pesar, por supuesto, invertimos nuestras vacaciones en prisa y ajetreo. Sabemos que esta no es la mejor forma de pasar las vacaciones. No paramos de comentar con nuestros amigos lo angustiados que estamos, el misterioso caso de cómo la paga de diciembre nos da para todo, siempre y cuando paguemos con tarjeta, así como la segunda parte de la historia: la paga de enero viene misteriosamente escasa, nos sabe a demasiado poco, tanto que a mitad de enero desearíamos que ya fuera febrero.       
Lo sabemos todo. Todo y todos lo sabemos, pero casi que preferimos seguir haciéndonos los inconscientes: casi que preferimos seguir mirando hacia otro lado, seguir corriendo a comprar objetos materiales.

Corren días de bondad, de humanidad extrema. Todas las buenas acciones se concentran en apenas dos semanas y pico. La generosidad nos invade. Somos, si cabe pensarlo, excesivamente solidarios. Y me pregunto si cabe pensarlo pues nunca se es demasiado: ¿dónde está el límite? Es en estos días cuando los bancos de alimentos ven crecer en números sus recursos. Donamos juguetes, alimentos, ropa. Muchas de estas pertenencias nuestras llevan todo el año en el mismo rincón de la casa. Si me permiten: no es casualidad que con este frío se nos antoje tener un poco de caridad: es cosa de la navidad. ¿Aún no crees en la magia?

La ilusión pasa desapercibida entre tanto. De esos muchos que se pisan unos a otros las bolsas del Corte Inglés, muy pocos se preguntan. Muy pocos cuestionan: ¿qué es la navidad sin la ilusión? ¿Qué es la ilusión? ¿Y la magia? ¿La navidad son los regalos, la decoración?
La navidad es mucho más que eso, y se presenta de una mejor forma. Ni tan ostentosa como un collar con mucho brillo, ni tan voluminosa como una consola envuelta en papel de regalo. La navidad es, por ejemplo, una postal. La navidad es ver algo que se esconde bajo un papel en el que está escrito tu nombre. No es tanto el que esa persona acierte como el que se haya acordado de ti. La navidad es ver la película de los sábados por la tarde, predecible y entrañable: esta vez no es una mujer que vive en un lago y presencia un crimen, como la de todos los sábados; esta vez, dos enamorados se cruzan en una pista de patinaje. Sabemos cómo va a terminar la historia pero así lo queremos: esperamos ansiosos el final.

Como con la película de Antena 3, con la navidad pasa. Sabemos que es el movimiento cíclico de cada año: una vez pase año nuevo ya nadie nos felicitará ni nos deseará que pasemos un feliz año, una vez que pasen estas fechas los bancos de alimentos seguirán sufriendo carencias. A lo largo de todo el año hay gente necesitada, no solo ahora.             
Cuando pasen estas fechas ya nadie querrá oír hablar del 24, del 31, ni de los regalos: los números hacen estragos a enero.               
Lo sabemos. Sabemos que sobrará comida y que seguiremos comiendo polvorones hasta bien entrado Julio. Sabemos que no era necesario meterse en gastos, que la navidad es otra cosa. Que la navidad bien es poder decorar el árbol, montar el belén o estar en el sofá comentado cualquier otra cosa, disfrutando los días libres… ¿lo sabemos?

Quizás sea cosa de la magia, del márketing, o de nuestro espíritu. Sea lo que sea, siempre se nos vuelve a escapar la cordura: siempre volvemos a sentirnos arrastrados por la magia.

A pesar de todo, hoy es el día que es, bien pudiera ser cualquier otro.


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