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domingo, 6 de noviembre de 2016

Tan próximos y tan distantes.


“Ante el objetivo soy a la vez aquel que creo ser, aquel que quisiera que crean, aquel que el fotógrafo cree que soy y aquel de quien se sirve para exhibir su arte. Dicho de otro modo: no ceso de imitarme, y es por ello por lo que cada vez que me hago (que me dejo) fotografiar, me roza indefectiblemente una sensación de inautenticidad, de impostura a veces (…) me convierto en espectro” (R. Barthes, La cámara lúcida, p. 45).

Barthes se presenta a sí mismo como un ser poliédrico, o más concretamente, como un sujeto con, al menos, cuatro perspectivas desde las que ser observado. Centrémonos en dos: “aquel que creo ser”, nos dice primero, y “aquel que quisiera que crean”, nos dice en segundo lugar. Tales son las dos caras de una misma moneda, las de una misma subjetividad, en este caso la del impostor del que ya escribí en su momento. Y es, en consecuencia, este asunto el que me permite acudir con sigilo al siguiente que quisiera mostrar.

            Mientras Barthes cree ante el objetivo, Baudelaire da su máximo descrédito a este mismo: el poeta, autor de Las flores del mal, detestaba la fotografía. Pensaba que el hecho de fotografiarlo todo destruía, indiscutiblemente, la capacidad de imaginar el pasado. Sin fotografía, sin inmortalizar el momento en cuestión, ese momento seguiría vivo en la medida en que nos obligásemos a recordarlo, a proyectarlo en nuestros pensamientos, sin el apoyo material que la fotografía supone. ¿Es esto así? “Nos vemos obligados a inventar”, dice Azúa a este respecto, comentando y respondiendo a la opinión hasta ahora parafraseada de Baudelaire. ¿Por qué inventar? ¿Por qué rehacer? Quizás sea porque en gran medida, como Sartre sugiere con acierto, nuestros recuerdos en gran medida no son más (ni menos) que ficciones.

Es cierto que la fotografía simplifica el proceso: carecer de ella nos insta a un esfuerzo mayor, en este caso a imaginar. Un ejemplo ilustrativo: hay quien prefiere la adaptación cinematográfica (película) a la obra original (libro). En la película uno ve aquello que (otro considera que) tiene que ver, digámoslo así; leyendo el libro, sin embargo, uno tiene que darse a sí las imágenes, imaginarlas, construirlas a partir del relato escrito. Pero volvamos, en un último giro, a la cuestión que nos detiene: ¿acaso no nos vemos arrojados a esa poiesis en el proceso de contemplación de la fotografía? Tiene un fuerte carácter de contemplación estética, sin lugar a dudas. P. Auster nos provee de las siguientes palabras, las cuales me gustaría al menos señalar:

“Sólo fotografías, porque cuando se llega a determinado punto, las palabras nos llevan a la conclusión de que ya no es posible hablar. Porque estas fotografías expresan lo indecible”. (La invención de la soledad, p. 139).

Al igual que hay quien desestima el gesto tomándolo, como es el caso de Baudelaire, con una fuerte repulsión, también hay quien celebra en ellas un hallazgo, comprendiendo en ellas un motivo fuerte de pulsión: la sensación paradójica de tener algo tan próximo y tan distante al mismo tiempo. Presente y pasado, contenidos materialmente (fragmentado), encuadrados en una imagen cuya sensación es en cierto modo inefable: la foto de un familiar que ya no está, de alguien que ha dejado de ser pequeño, o de un lugar frecuentado que en la actualidad ya no existe.

Es, sin lugar a dudas, la captación fragmentaria del instante: inmortalizar ese fragmento de espacio-tiempo, el cual será para siempre así (dentro de los márgenes de la fotografía). Y con ello, con ese “ver morir el instante”, una nueva paradoja: ninguna fotografía nos dará cuenta alguna de un hecho pasado, pues ésta solo extrae algo muy discreto de él: una pose. En la foto jamás terminaremos de columpiarnos, jamás envejeceremos ni tampoco dejaremos de reír; como tampoco terminaremos por comprender del todo aquello que esta misma refleja, o si efectivamente lo evocado en nuestra mente, por obra de la nostalgia, es efectivamente un recuerdo o se trata de una ficción a partir del mismo.

¿Existe aquello que queremos fotografiar o se trata nuevamente de una impostura premeditada, en la línea del pensamiento de Barthes? No somos seres lineales: tal linealidad (como si de un personaje de novela se tratara) la incluimos nosotros. “El sujeto es ficción” sentencia Nietzsche en su texto póstumo La voluntad de poder.


Permitamos que, en un último consuelo, resuenen las palabras del principio: Aquel que creo ser, aquel que quisiera que crean, …




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